Confederación Sindical de Comisiones Obreras | 15 noviembre 2024.

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Entrevista/ Alfredo Ramos: "Perforando la masculinidad", de Carmen Briz Hernández

    Entrevistamos al politólogo e investigador Alfredo Ramos para hablar de vulnerabilidad, del malestar en las biografías masculinas, de arte, de trabajo, de masculinidades femeninas, de héroes, de Indiana Jones, de cuidados, de masculinidades presentes y de imaginar las futuras.

    13/05/2024.
    Alfredo Ramos, fotografía de Julián Rebollo.

    Alfredo Ramos, fotografía de Julián Rebollo.

    ALFREDO RAMOS, 45 años, es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, Máster en Gestión Cultural por la Universitat Oberta de Catalunya y promotor de Un Estudio Propio: “Nos dedicamos a la formación en materia de masculinidad, consentimiento, adolescencias trans…. Entre las personas docentes están Clara Serra, Miquel Missé, Alicia Gómez, Ramón Gisbert y Noemí Parra” y del proyecto Artistas en crianza: “En el Laboratorio de Artes Vivas de Tenerife tratamos de ver cómo es la relación entre crianza y creación artística, para establecer recomendaciones de buenas prácticas, tanto con artistas independientes como con instituciones culturales”.

    En su ensayo Perforar las masculinidades (2024) reflexiona sobre la masculinidad y ejemplifica con las prácticas de artistas como Artor Jesús Inkero, Albert Potrony, Cabello/Carceller, Carmen Navarrete y su obra Museo del hombre o Guilles Barbier y su L’Hospice, entre otros. El título se lo debe a una casualidad o quizás no: “Escribía sobre performar la masculinidad y el corrector de Word me lo marcaba en rojo ¿cuál es la sugerencia que me hace?’ y pensé que era verdad, que tenía razón, que el libro tenía que ver con ‘perforar’ la masculinidad, con este ejercicio de hacer de las masculinidades algo poroso, que se deja atravesar”.

    Nos encontramos justo una hora después de que el presidente del Gobierno anuncie su permanencia al frente de la nación. Así que inevitablemente comenzamos la entrevista hablando sobre un presidente que días antes anunciaba públicamente su vulnerabilidad: “Ha sido muy interesante ver a un político que sufre, que sufre por amor, que sufre por el daño que se le hace a su familia, y sobre todo que exterioriza ese sufrimiento y plantea que el sufrimiento tiene consecuencias políticas muy relevantes. Es necesario salir de esta idea de políticos que lo ponen todo al servicio de un ideal, que han de resistirlo todo, porque además eso incapacita mucho a otras personas para poder pensarse a sí mismas en la política. Ha sido interesante plantearnos un interrogante sobre qué pasa con la debilidad, qué pasa con el afecto, qué pasa con el amor, cuando estas emociones atraviesan la biografía de una persona para la cual habitualmente pensamos que no le corresponde por su función o cargo”.

    Aftersun (2022), de la directora británica Charlotte Wells y Close (2022), de Lukas Dhont, son dos de sus recomendaciones cinéfilas. Y para profundizar más sobre masculinidad anima a leer: Un baile de máscaras. Redefinir la masculinidad (2021), de J.J. Bola y Un hombre de verdad: Lecciones de un boxeador que peleaba para abrazar mejor, de Thomas Page MacBee.

    ¿Con qué concepto de masculinidad se encuentra más a gusto?

    Con el que defiende la historiadora Gemma Torres, la idea de que la masculinidad no es una cosa de hombres. Es verdad que tiene mucho que ver con la performance de los hombres, pero es algo más, eso solo es una parte de nuestro pacto social, de nuestras normas, del tipo de esfera pública que tenemos, que es extremadamente androcéntrica. La masculinidad condensa en figuras que son masculinas, que son hombres, un conjunto de valores que van más allá de los hombres, que estructuran nuestra convivencia.

    ¿Quién debería pensar sobre las masculinidades?

    Pensar sobre la masculinidad es bastante reciente, se lo debemos a los feminismos, a las teorías decoloniales, al universo queer, a los estudios críticos sobre diversidad funcional, a un montón de perspectivas críticas que se han planteado criticar algo que los hombres nunca habían criticado. La masculinidad era invisible, porque junto con otros elementos estructuraban nuestra manera de ver el mundo, de conformar instituciones, el Estado-nación, el mercado de trabajo, etcétera.

    ¿Qué es lo que ha pasado cuando los hombres (blancos, heterosexuales, cisgéneros) piensan sobre la masculinidad? Pues en general han tendido a reforzarla, replicarla y reproducirla, haciendo que su hegemonía transite en el tiempo y en el espacio. La masculinidad empezó a resquebrajarse cuando se piensa desde otras perspectivas: cuando la han pensado mujeres, maricas, bolleras, personas con discapacidad... Ese es el conjunto de elementos que nos permite pensar que hay esperanza en la masculinidad. Es una categoría que sigue teniendo muchas posibilidades, pero que no podemos seguir pensándola de la misma manera.

    ¿Cuál es el principal error a la hora de pensar las masculinidades?

    El principal error es que se piensa desde la reproducción de la idea del individuo autónomo, llevándolo a un extremo, este ideal del hombre que se vale por sí mismo, que es capaz de construir su propia masculinidad. Y que un día, lee un artículo, ve una película o le pasa algo y mágicamente es capaz de ‘reelaborar su universo’. No estoy diciendo que el trabajo individual que un hombre hace sobre sí mismo, o que una mujer hace sobre sí misma, para pensar cómo reproduce los elementos sobre la masculinidad sea erróneo, sino que es manifiestamente insuficiente y se está convirtiendo en el hecho fundamental a partir del cual se está pensando. Esto tiene una traslación en términos de política pública muy relevante. Seguimos pensando en las políticas públicas de masculinidad muy orientadas a hombres que reelaboran sus conductas.

    El segundo elemento es seguir pensando en que la masculinidad hegemónica sigue asentada en los mismos principios que hace cuarenta años, cuando lo que estamos observando es un giro muy rápido y muy evidente de adscripción a nuevos valores mucho más neoliberales que tienen que ver con esta parte del individuo hecho a sí mismo, descansando mucho más en la premisa de ‘gobiérnate a ti para gobernar a los demás’.

    Y un tercer elemento tiene que ver con pensar que no hay esperanzas en la masculinidad, esta idea de ‘eliminemos la masculinidad’, como que todo es malo, todo es violencia, todo es poder, no hay un lugar para pensar la masculinidad desde el terreno de la esperanza. No estoy de acuerdo.

    ¿Qué hacemos con las masculinidades femeninas?

    El libro de Halberstam, Masculinidad femenina (1998) no ha generado los debates necesarios en los estudios críticos de masculinidad. Una de sus premisas fundamentales precisamente es el hecho de que la masculinidad no es una cosa de hombres, si nos pensamos que la masculinidad es una cosa de hombres, estamos eliminando una posibilidad, un derecho incluso, a mujeres que quieren adscribirse a una identidad masculina.

    ¿Hay cada vez más fracaso en las vidas de los hombres que no pueden cumplir con los mandatos y exigencias de la masculinidad tradicional?

    Parto de la premisa de que es muy difícil el éxito en las masculinidades. Precisamente porque la generalización del éxito eliminaría una parte del factor competitivo que tienen las masculinidades. Y lo que realmente es compartido es el fracaso. El fracaso es lo que tenemos como  pensar en términos políticos. El fracaso siempre estuvo en lo que la masculinidad considera como la otredad: mujeres, población LGTBI..., etc. El fracaso es una de las categorías políticas que más tenemos que reivindicar, porque lo que sucede justo cuando estamos fracasando es lo que demuestra la inviabilidad del modelo. No podemos ser hombres de verdad, es inviable, sobre todo en un sistema neoliberal como en el que estamos, se acabó, esa posibilidad de éxito ya no está.

    Y en segundo lugar, son importantes nuestras estrategias para responder al fracaso desde la compañía, desde el afecto, decidnos ‘estamos fracasando, si este no es un modo de vida en el que podamos estar y reconocernos, tenemos que empezar a pensar otros’. El momento previo al fracaso es el interesante, no es el fracaso como derrota, sino el fracaso como ruptura.

    ¿Cómo se imagina otras masculinidades futuras?

    Soy muy malo imaginando masculinidades futuras, entre otras cosas porque creo que las individualizamos. Voy a poner un ejemplo un poco grosero con dos actores: Antes teníamos que ser Arnold Schwarzenegger, y ahora tenemos que ser Timotheé Chalamet. Estamos planteándonos que nuestro itinerario es de un hombre ideal a otro hombre ideal. El sociólogo Victor Seidler plantea: ‘Si he fracasado queriendo ser el hombre ideal de la masculinidad normativa, lo más probable es que también fracase siendo el hombre ideal de la nueva masculinidad’. O sea, estamos volviendo a reproducir unas lógicas de fracaso.

    La nueva masculinidad tiene que formar parte de las instituciones y que regule el lugar que el trabajo tiene en nuestras biografías. Liberarse de esta centralidad y poder pensar tu vida desde otros lugares es fundamental.

    Una nueva masculinidad futura es una masculinidad que tiene vínculos afectivos y emocionales sólidos, que no se plantea a partir de la adolescencia ‘bienvenidos al mundo del estoicismo emocional’. Una nueva masculinidad donde se pueda performar la masculinidad de otras maneras, a la hora de vestir, a la hora de expresarse. Y una masculinidad que sea vulnerable, que reconozca como esta posibilidad de afectar y afectarse. Y que esto tenga un correlato, una traducción en nuestras maneras de estar juntos.

    Si el desorden y el malestar social están presentes en las biografías de los hombres, ¿por qué es tan complicado que decidan trabajar en común para modificar esta situación dentro de los feminismos, del movimiento LGTBI o en organizaciones propias?

    Creo que en general los hombres estamos muy acostumbrados a la necesidad de respuestas rápidas y concisas. Y creo que, a partir del momento en el que estamos permanentemente reproduciendo escenarios de incertidumbre, lo más probable es que las certezas que nos hemos dado no sean las certezas correctas. Tanto la derecha como la izquierda se están disputando una política de certezas permanentemente, y esto hace muy difícil construir estructuras colectivas de discusión. Vivimos en el ‘reino de la certeza’, que es una figura tremendamente masculina. Esto imposibilita la reflexión tranquila y el descubrir cuáles son las preguntas que nos tenemos que hacer.

    Esto no quiere decir que debamos arrojarnos a la política de la incertidumbre, porque es el terreno que nos está dando el neoliberalismo. Evidentemente hay certezas que son necesarias para poder vivir, pero no son certezas todo lo que necesitamos. Reconocer eso y reconocer que necesitamos tiempo creo que es una de las cosas que pueden favorecer las articulaciones colectivas.

    ¿Los pilares sobre los que se construye la masculinidad: autonomía, recursos y tiempo (todo esto que falta tanto en el universo femenino, por otro lado), cómo ‘casan’ con la aceptación de la jerarquía basada en la obediencia?

    Son dos caras de la misma moneda. Se ha planteado en los estudios críticos de masculinidad, la valentía y la heroicidad están absolutamente vinculadas a la obediencia y a la subordinación. En política es el sitio donde se ve más claramente. Los aparentemente más osados siempre son los más obedientes. Obediente con un determinado tipo de liderazgo muy concreto. La biografía masculina está articulada en torno a muchas promesas. Existe la promesa de que si obedeces vas a ocupar en algún momento esta posición de liderazgo. Puede ser, de hecho, que sea la obediencia la que te lleva a ser valiente con respecto a otros. Es la valentía de los ‘indianas jones’: ‘solo ante el mundo porque así lo conquistaré’. Es pura subordinación a un mandato neoliberal.

    ¿Quién es Indiana Jones?

    Indiana Jones es un arquetipo muy tradicional de masculinidad, pero lo más curioso es que gana siempre gracias a herramientas no hegemónicas. Sin intención de hacer spoiler, en la primera película gana porque aparta la mirada, en otra gracias a Tapón, ¡un niño!, en otra gracias a elementos mágicos, algo totalmente apartado de la ‘ciencia’; gana porque no quiere poder, gana porque no es ambicioso. La última película muestra que hay una vida mejor´más allá de la hegemonía, pero Indiana necesita de Helena Shaw para disfrutarla.

    ¿Cuáles son las imbricaciones del sistema capitalista con la masculinidad?

    Una clara imbricación de masculinidad y capitalismo es cómo se está desarrollando la figura del hombre autónomo actualmente. En la investigación La caja de la masculinidad: construcción, actitudes e impacto en la juventud española, del Centro Reina Sofía /FAD Juventud, el equipo de Anna Sanmartín hace una lectura muy positiva y explica que hay un desplazamiento, que hay muchos hombres que ya no están en la caja de la masculinidad normativa, que están en el borde, que están fuera… Esta investigación ilustra que la hegemonía ya no está donde pensábamos, donde la independencia y el trabajo son los valores más relevantes y donde la dependencia es el valor más criticado.

    La imbricación más relevante es la consolidación de esta figura del individuo autónomo e independiente que se puede valer por sí mismo, y que es la base de las políticas de desmantelamiento del Estado del bienestar. Esto tiene mucho que ver, con cómo se leen algunos males desde la responsabilidad individual. Por ejemplo, en los gimnasios, esta idea de que eres el responsable de tu cuerpo y te vas a hacer responsable de tu vida. Hay una parte como de renacimiento, que es la de gobernarse a sí mismo para gobernar a los demás. La segunda imbricación es la consolidación del trabajo frente a todo como parte de nuestras biografías.

    ¿Es el mundo del trabajo donde se da una mayor reproducción de la masculinidad hegemónica?

    Hay que desplazar la centralidad del empleo. Es muy fácil decirlo, y muy difícil hacerlo. Las políticas públicas de masculinidad más transformadoras son aquellas que no se definen como ‘políticas públicas para hombres’. Creo que la reducción de la jornada o la renta básica universal son dos elementos fundamentales para que podamos empezar a pensar nuestras vidas más allá del trabajo. Y eso requiere que tengamos sostenes de derechos que nos permitan imaginar esa posibilidad. El trabajo es una cosa importante en nuestra vida, que requiere dignidad, que tengamos la posibilidad de tener una carrera digna, de no aburrirnos en el trabajo… Pero no puede ser la única cosa que ocupe nuestras vidas, porque eso es una biografía muy masculinizada. El reparto de las vacaciones podría hacerse por necesidades de conciliación (no solo con hijos e hijas). Y habría que eliminar parte de los imaginarios en torno a cómo se organiza el trabajo: las dinámicas de promoción, de competencia, de servilismo, esta cosa como de hacer más por el trabajo de lo que deberías hacer es una cosa muy masculina que tenemos que empezar a contestar.

    ¿Cuánto ganaría la sociedad si los hombres estuviesen más implicados en el mundo del cuidado?

    Implicaría reorganizar la vida y nuestros imaginarios. Es muy ilustrativo que existan campañas en la semana de las mujeres y la ciencia donde se anima a ser ingenieras, informáticas, pero nunca vemos ninguna campaña que diga: ‘Carlos, hazte maestro de Educación Infantil’, campañas que insistan en que el lado masculino de las cosas no es el único lado bueno. En los cuidados no es solo una cuestión de que los hombres hagamos cosas en casa, sino que también podamos incorporamos a ese tipo de profesiones y que no sean un problema en nuestra biografía y no tengamos que estar pensando estrategias para justificar el lugar en el que estamos. Incorporar a los hombres a los cuidados también significa incorporar los cuidados a la política, en el sentido de que este individuo autónomo ya no sea el paradigma a partir del cual se realizan las políticas públicas ni la política en sí.

    E insistir en todos los efectos positivos que puede tener para la sociedad, para los hombres: mejor salud, vidas mejores en general, sin que esto suponga considerar que el ámbito de los cuidados sea la gran panacea. En lo que llamo la ‘gentrificación del cuidado’ existe una parte muy específica que es el cuidado de menores (en general nuestros hijos e hijas), y es la parte de los cuidados fáciles (el paseo, el juego...). La carga mental sigue siendo femenina y los cuidados más duros también, en situaciones de dependencia o ancianidad.

    Soy muy crítico con los referentes. Pero hay que tenerlos: ‘mira, ese tío está cuidando a las hijas de sus amigas, o está cuidando de su tía que está en cuidados paliativos’. Los permisos iguales están suponiendo un impacto muy relevante. Habrá que ver dentro de un tiempo qué impacto tienen en las biografías de los hombres.

    ¿Por qué los hombres suelen cuidar sin vínculos de apoyo? ¿Piensa en que hay que ampliar los derechos no solamente en días, sino también en ampliar las situaciones?

    Carolina del Olmo en Dónde está mi tribu. Maternidad y crianza en una sociedad individualista reflexiona sobre ello. Sí, el discurso es: ‘tengo una hija de cuatro años de quien cuido y me inmolo solo’. No tiene sentido. La campaña del Ministerio de Igualdad de 2022 El hombre blandengue lo que genera son ‘nuevos héroes’. Tenemos que salir de ahí. Igual que tenemos que pensar en la liberación del tiempo tenemos que pensar en la socialización del cuidado. Ésta es la apuesta más relevante que se tiene que hacer.

    La nueva ley de familias sigue pensando en la familia como el sitio del cuidado. Existen permisos en caso de fallecimiento de familiares con los que a lo mejor no tuviste casi relación, pero no tienes ningún permiso si fallece tu mejor amiga. Esto es una estructura que hay que modificar. La idea es expandir la red de cuidados (poder cuidar de los hijos e hijas de amistades…) y que exista una red pública. Hay que ampliar los vínculos que la ley reconoce, porque eso también tiene que ver con la capacidad performativa del derecho ‘hay una ventana abierta a que tus vínculos puedan reconocerse’. Defiendo el ‘efecto llamada’ en las leyes de familia. Si tenemos unos derechos, probablemente hagamos más esfuerzos por socializar los cuidados.

    ¿Qué campañas dirigidas a hombres le parecen ejemplos de acierto?

    En 2023, en Francia, hicieron una campaña de seguridad vial brutal: Sé el hombre que quieras ser, pero sé un hombre vivo, donde encaraba que la masculinidad es un elemento que influye dramáticamente en la seguridad vial. Las estadísticas cuentan que son mayores los fallecimientos y las lesiones graves cuando los implicados en un accidente son hombres. Pero además, la campaña es bellísima; son hombres que asisten al parto de sus hijos e hijas y que son conscientes de la vulnerabilidad. Gizonduz realiza campañas desde un lugar constructivo y pisa terrenos inhóspitos (como el del mundo laboral), pero sin culpabilizar, juzgar ni acosar. Y la Fundación Iniciativa Social (FIS) puso en marcha el proyecto Charlas de vestuario que trata de reelaborar los códigos masculinos dentro de los equipos de fútbol y en edades tempranas.

    En su ensayo cuando hace mención a la vejez, la señala como un terreno no de hombres.

    En la vejez siempre hay una zona muy gris. Es un momento en el que se detectan ‘dulcificaciones de la masculinidad’, como esta figura del abuelo que se vuelca con el cuidado de los nietos y hace todas las cosas que no hizo como padre (hay abuelos que son igual de pesados que cuando eran como padres, o peores). Y también muchos hombres tienen que empezar a cuidar a sus parejas. Las mujeres o mayores LGTBI piensan en el cohousing (vivir en viviendas privadas, pero con servicios comunes), sin embargo los hombres que estamos dentro de la masculinidad normativa, no estamos pensando en alternativas futuras. También es significativo que cuando muchos hombres se jubilan vean ante sí el vacío. Ya no son útiles socialmente hablando.

    Hablemos de salud, también de salud laboral. ¿Son la enfermedad y la muerte problemáticas con la masculinidad hegemónica?

    Hay muchos estudios que apuntan que la masculinidad normativa es mala para la salud. Al igual que los hombres no cuidamos, tampoco nos gusta cuidarnos. Es la figura del ‘hombre descuidado’, el que llega tarde a las consultas, el que no se va a someter a una revisión de próstata (porque por ese agujero, como diría el entrenador de fútbol Luis Aragonés, ni el pelo de una gamba), es el que no va a tomar precauciones respecto a determinados riesgos laborales, etcétera, es el que tiene una identidad masculina que está extremadamente adscrita al riesgo y el control. Se enfrentan a un montón de riesgos pero bajo la premisa de que controlan. Creo que eso en gran parte está cambiando ya no somos el desastre que éramos. En el campo laboral, sigue siendo clásica esa figura de que quienes menos atienden a los riesgos laborales son los hombres.

    Por otra parte, el ámbito de la muerte es especialmente crítico, porque tiene mucho que ver con qué imaginarios contamos para enfrentar la muerte y la enfermedad, es una discusión que no estamos teniendo como sociedad. Al hablar de muerte digna nos estamos planteando siempre unos estrechísimos márgenes de movimiento y de discusión. Los imaginarios y el vocabulario de ‘guerra’ frente al cáncer, al VIH… En enfermedades terminales hay más mujeres que optan por cuidados paliativos frente a los hombres que suelen optar por tratamientos más agresivos porque piensan que están en una batalla, y aunque pierdas la batalla, hay que darla, hasta el final. Es el imaginario del héroe. La masculinidad no nos ofrece ninguna posibilidad de enfrentarnos a la enfermedad y la muerte de una manera constructiva.

    Carmen Briz (@MamenBriz) es periodista y forma parte del equipo de la Secretaría Confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo de CCOO.

    Revista Trabajadora, n. 82 (mayo de 2024).